jueves, 24 de diciembre de 2009

Cuentito de Navidad

En una casa más o menos humilde de un país cualquiera vivía una familia compuesta por el matrimonio y sus dos hijos.
Juan el hijo mayor de 24 años, casi abogado y Priscila, la pequeña de apenas 4 añitos.
Al acercarse la navidad el padre había comprado un rollo de cinco metros de papel metalizado para poder envolver los regalos antes de ponerlos en el modesto arbolito, armado desde principios de diciembre en la entrada de la casa.
El 23 en la noche, el hombre se decidió a empaquetar los regalos, más simbólicos que valiosos, para nochebuena.
Que desagradable sorpresa fue encontrar en el estante del ropero, el tubo de cartón donde venía enrollado el papel metalizado, desnudo de los cinco metros del costosísimo papel de envoltura.
El dinero era bastante escaso en la familia y posiblemente por eso, a pesar de lo avanzado de la hora el señor explotó de furia y mandó llamar a su familia para ver quién había utilizado el papel que él compró para los regalos.
La pequeña Priscila apareció con la cabeza gacha para decirle a su padre que ella lo había usado.-¿Pero no te das cuenta de que ese papel es muy caro y que tu papá tuvo que trabajar varios días para poder comprarlo. Podrías decirme para qué tontería usaste el papel metalizado?
La niña salió corriendo y regresó con un paquete del tamaño de una caja de zapatos, envuelta con varias capas del costoso papel, ahora arrugado e inutilizable.
-¿No te dijo tu madre que no debes tocar las cosas de los mayores para tus juegos?.
¿Cómo se te ocurre envolver esa caja con cinco metros de papel dorado?
-Es un regalo de navidad papá, -dijo Pricila- para el arbolito.
-¿Y se puede saber para quién es este regalo tan valioso como para usar todo el rollo de papel en envolverlo?
-¿Y para quién va a ser?, para vos, papá.
El hombre se enterneció y abrazándola le pidió disculpas por los gritos.
Como nos sucede a todos, con el regalo en las manos quiso saber qué contenía y le pidió a la pequeña permiso para abrirlo.
Poco después el hombre volvía a explotar
:-Cuando das un regalo a alguien se supone que debe haber algo adentro. ¿Usaste ese papel para envolver una caja vacía?
A la pequeña se le llenaron los ojos de lágrimas y dijo:
-Es que esa caja no está vacía, yo soplé adentro cincuenta y ocho besos para vos, papá.
El padre alzó a la niña y le suplicó que le perdonara su ceguera y su ignorancia.
Dicen que el hombre guardó para siempre la caja bajo su cama y que siempre que sentía derrumbado, abría la caja y tomaba de ella un beso de su hija.
Esto lo ayudaba a recuperar la conciencia de lo que era importante y de lo que eran sólo tonterías.
Jorge Bucay

2 comentarios:

  1. El deseo de Navidad
    (Una historia sobre cómo la felicidad de los demás es también nuestra propia felicidad)

    Era la noche de Navidad y Dios miró a la tierra para contemplar a todos sus hijos. Había transcurrido casi 2000 años desde que Dios se encarnó en el seno de la Santísima Virgen María y vino al mundo para redimir a los hombres.

    Entonces Dios se dirigió a uno de sus ángeles más jóvenes y le dijo: "Baja a la tierra y tráeme una sola cosa, la que mejor represente todo lo bueno que se ha hecho hoy en mi nombre".

    El ángel hizo una reverencia a Dios y descendió al mundo de los humanos, buscando aquello que encierre lo que Dios le había pedido.

    Su misión resultó algo difícil pues muchas cosas se habían hecho para homenajear el nacimiento del Niño Jesús. Para el día de Navidad, las guerras habían cesado temporalmente, las catedrales había sido construidas y grandes novelas habían sido escritas. ¿Cómo sería posible encontrar entonces algo que representase todo esto?

    Mientras estaba sobrevolando la tierra, el ángel escuchó el sonido de las campanas de una iglesia. La melodía que se desprendía del campanario era tan hermosa que al ángel le recordó la voz de Dios.

    Mirando hacia abajo, vio la pequeña iglesia de donde provenía la hermosa melodía, pero también pudo escuchar el canto de un coro que entonaba "Noche de Paz".

    Al ingresar al templo, el ángel comprobó que había una sola voz que cantaba la canción. Pero inmediatamente una segunda voz continuó a la primera en perfecta armonía, y luego otra y otra hasta que el coro de voces alumbró el recinto durante toda la noche.

    Encantado por el mágico sonido, el ángel permaneció en el templo hasta que la canción terminó. Luego, se elevó de nuevo por los aires escuchando en todo lugar los maravillosos sonidos que se desprendían de los villancicos.

    .../...

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  2. En todas las ciudades, sean estas pequeñas o grandes, el ángel escuchó canciones, ya sean interpretadas por grandes orquestas o por las voces de los soldados que se encontraban solos en un campamento militar, alusivas al Nacimiento de Cristo en la tierra.

    Y en todos los lugares que el ángel escuchó las voces y sonidos, encontró paz en los corazones de esos hombres, mujeres y niños. Cogiendo con sus manos uno de los sonidos emitidos por una de las canciones que flotaba en el aire, (los ángeles pueden hacer esto) pensó que quizás estas canciones podrían representar lo mejor que hay en la tierra en esta Navidad.

    La voz de los hombres era utilizada para entonar bellas melodías a través de las cuales era llevada la esperanza y el aliento a aquellos que creían haberlo perdido todo.

    Sin embargo, a pesar de haber encontrado la respuesta a lo que él estaba buscando, su corazón le decía que esta música por sí sola no era suficiente.

    Debería haber algo más. De esa forma, continuó su viaje a través de la espesura de la noche hasta que derrepente sintió la oración elevada por un padre en su camino al cielo. Nuevamente miró hacia abajo y vio a un hombre rezando por su hija de quien no sabía hace mucho tiempo y que no estaría en casa para esa Navidad.

    El ángel siguiendo la intención de la oración encontró a la hija de aquél hombre. Ella estaba parada en la esquina de una ciudad muy grande. Al frente, había un viejo bar donde fácilmente uno podía darse cuenta que los que estaban sentados ahí rara vez levantaban su vista para mirar por encima de sus bebidas por lo que no notaron la presencia de la niña.

    El que atendía el bar era un hombre que no creía en nada excepto en su barra y su caja registradora. Nunca se había casado, nunca tomó vacaciones y nunca nadie lo había visto lejos de la barra, ni tampoco sabían desde cuando se inició en aquel oficio. Él siempre estaba ahí cuando los clientes llegaban y se iban.

    No daba crédito a nadie y de vez en cuando por 75 centavos de dólar servía vasos de whiskey con hielo a las personas que pasaban la mayor parte del tiempo sentados en el bar. De repente, la puerta se abrió y entró un pequeño niño. El barman no podía recordar la última vez que vio a un niño en aquel lugar, pero antes que tuviera tiempo de preguntarle que quería, el niño le dijo si él sabía que había una niña afuera en la puerta que no podía regresar a casa en la noche de Navidad. Dando un vistazo por la ventana, vio a la niña frente a la acera. Volteándose hacia el niño, le preguntó como sabía eso.

    El chico replicó: "Hoy que es Navidad, si ella pudiese estar en casa con los suyos, en verdad te digo que lo estaría". El barman miró de nuevo a la niña pensando en lo que el niño había dicho. Luego de algunos segundos, fue a la caja registradora y sacó todo el dinero que había ahí. Salió del bar, cruzó la pista y siguió a la niña que había avanzado unos cuantos metros.

    Todos los que estaban en el bar pudieron ver cuando él hablaba con la niña. Luego, llamó a un taxi, la hizo subir a él y le dijo al chofer: "Al aeropuerto Kennedy".

    Mientras que el taxi se perdía en medio de los demás autos, volteó para buscar al niño, pero él ya se había ido. Regresó al bar y preguntó a todos si alguien había visto a donde se había ido el chico, pero como él, todos estaban viendo como se perdía el taxi en las calles.

    Y luego alguien comentó entre risas que el milagro más increíble del mundo sucedió, pues durante el resto de la noche, nadie pagó por un trago. El ángel voló de nuevo.

    Subió al cielo y puso en las manos de Dios lo que finalmente había encontrado para Él: el deseo de una alma por la felicidad de otro.

    Y Dios Padre sonrió

    [fj]

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